Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos.  De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran.

Hechos 2,1-4

Cuando leo este pasaje bíblico me viene a la mente la imagen de nuestra comunidad, reunida en un solo lugar, compartiendo una misma fe. Pero muchas veces las demás personas no pueden entender lo que ocurre, y se imaginan que cada uno hablara en su propia lengua y aún más, como si fueran de distintos lugares.

Lo mismo ocurría en aquel momento, cuando Jesús envió el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo está con nosotros hoy. No podemos verlo, pero podemos escucharlo cuando le habla a nuestro corazón, podemos verlo al moverse en nuestra vida y podemos sentir el poder de su presencia mientras nos guía diariamente.

El Espíritu Santo es nuestro maestro y guía. Por ello debemos dejar que hable a través de nosotros, que nos haga instrumentos de paz para con Dios y para con la comunidad, y que seamos testigos de su palabra, mientras nos enseña cómo hablarles de Jesús a otros, para que todas las personas, los pueblos, las naciones y todo el mundo se llenen del Espíritu Santo.

Hace tiempo tu presencia se revela entre nosotros. Hay huellas en nuestra vida de aquellos que te siguieron: son tus señales. Tal como ayer, ven hoy también, revélate y habita entre nosotros otra vez. (Canto y Fe N° 280).

Rufina Rapp

Hechos 2,1-13

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