… Y en verdad es el mensaje de Dios, el cual produce sus resultados en ustedes los que creen.

1 Tesalonicenses 2,13

Mi madre era una fiel lectora de la Biblia, a través de ella Dios le hablaba, vivió una vida consagrada a Él, y así como vivió así partió, siendo un testimonio hasta su último minuto de vida… Recuerdo su mirada profunda hacia cada uno de nosotros, sus hijos; la hora de la partida estaba cerca. Le pregunté qué estaba pensando mientras nos miraba y respondió: “en el dolor de ustedes hijos”. Hablamos de la muerte, y sus últimas palabras fueron: “…quien descansa en Jesús, el cielo le pertenecerá y yo estoy en sus manos”. Le pedí que se acordara de nosotros cuando esté con Jesús, sonrió y dijo: “a ustedes hijos nunca los voy a olvidar” fueron sus últimas palabras.

Cuando Dios nos habla, cuando su mensaje nos interpela y sus palabras nos conmueven, nos sometemos a ellas, y sentimos que su mano se tiende hacia nosotros en medio de los sufrimientos y de las dificultades, encontramos esa paz y seguridad de que nada enfrentamos solos, sino que Dios lo enfrenta con nosotros.

Aunque transitemos caminos distantes de su presencia, con su mirada nos sigue y con el poder de su Palabra siempre nos trae de vuelta.
La Palabra de Dios nunca vuelve a Él vacía sin habernos transformado. No solo debemos oírla sino permitir que ella transforme nuestra vida, renueve nuestra manera de pensar y llenarnos de Él, porque la Palabra es Jesús mismo.
Enséñame, Señor Jesús, Y haz Tú que pueda Yo enseñar Palabra tuya que es maná, Que al alma hambrienta vida da. (Culto Cristiano Nº 138)

Amalia Elsasser

1 Tesalonicenses 2,13-20

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