¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia?…
Job 38,2
El pasaje que nos acompaña en el día de hoy plantea una de las muchas preguntas que Dios dirige a Job.
Job era un hombre a quien «le iba bien en la vida» y parecía que «no le faltaba nada». Sin embargo, de un día para otro, queda – literalmente – sin nada, y se encuentra sentado entre las cenizas, tratando de comprender la pérdida de casi toda su familia y sus bienes.
Recibe la visita de sus amigos, quienes intentan consolarlo y hallar una respuesta a “su desgracia”, instándolo a reconocer su pecado para que Dios modifique su situación, algo que Job rechaza. No considera el sufrimiento como una condena divina, y por eso anhela ver a Dios “cara a cara” para cuestionar su situación (Job 19, 25-27).
Finalmente, Dios interviene (capítulo 38) y se dirige a él. En su intervención, no responde de manera “directa” a las preguntas de Job, pero lo anima a observar su entorno y reconocer que Dios también está presente en su situación.
La historia de Job, entre otras cosas, nos recuerda la necesidad de escuchar a Dios.
En ocasiones, al igual que Job, tendemos a hablar y clamar sin cesar, y nos concentramos tanto en nosotros mismos que nos volvemos “incapaces de escuchar a Dios”. Solo cuando escuchemos atentamente (con todos los sentidos), podremos, como Job, admitir que en muchas ocasiones “hablamos de cosas que no comprendemos”, pasando por alto que “Dios es capaz de todo…” (Job 42, 1-6).
No dejemos de “presentar todo ante Dios en oración”, y que esta oración no consista solo en nuestras palabras, sino en escuchar atentamente a Dios. Amén.
Ricardo Adolfo Becker