Miércoles 2 de julio

 

Dios dijo: Ustedes, los que aman a Jerusalén, y han llorado con ella, alégrense ahora y únanse a su alegría. Así Jerusalén, como una madre, les dará un alimento delicioso, y los dejará satisfechos.

 

Salmo 66,10-11

 

Es interesante la forma en que estos versículos nos hablan del consuelo y la restauración divina. Por ejemplo, la manera directa en que se dirige al pueblo con un “ustedes” parece no ser suficiente, ya que los menciona como aquellos capaces de amar y llorar con el dolor de los que sufren.
Esta exhortación a poner fin a la tristeza también se aplica a los cristianos de hoy, quienes viven en un mundo que sufre por la desigualdad e injusticias cotidianas, donde unos pocos se aprovechan del trabajo y los recursos de muchos oprimidos.
A nosotros, los seguidores de Cristo, Dios nos promete esperanza y renovación, exhortándonos a abandonar el lamento y unirnos en alegría. Habiendo recibido las enseñanzas de Jesús, tenemos hoy un gran compromiso: revertir las situaciones de desigualdad e injusticia dentro de nuestras posibilidades, amando a nuestro prójimo como Cristo nos amó.
Sabemos que nuestro planeta y gran parte de su población gimen bajo tanto abuso, pero también hay quienes imploran por una vida mejor y manos que se unen en actividades para el bien común. Es en esos momentos que se manifiesta la presencia de Dios.
Roguemos para que la vida y muerte de Cristo Jesús nos iluminen y fortalezcan para ser luz del mundo y sal de la tierra, y para dar sentido a nuestro mundo con su gracia. Amén.

 

María Esther Norval

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