Miércoles 20 de marzo

El Señor me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento. Todas las mañanas me hace estar atento para que escuche dócilmente.
Isaías 50,4

Los cuatro cantos del Servidor sufriente de Isaías son maravillosos paradigmas de un pueblo que sufre y en ese sufrimiento encuentra la redención y la conciencia de su misión y destino, a la cual Dios lo ha llamado.

Dicen que no hay mejor escuela que el dolor. ¡Pero vaya si cuesta aprender así! Siempre preferimos el camino ancho, al angosto y plagado de piedras.

No hay mayor sentido ni bendición en la vida que cuando nos damos cuenta que en el sufrimiento y en la cruz, hay sentido. Hay enseñanza, hay fuerza que Dios nos da.

Hay un dicho que es bello y lleno de fe: Dios no pone una cruz en las espaldas, sin dar las fuerzas para cargarla.

En ese despertar de la conciencia, don de la fe, radica la esperanza más potente y hermosa, el aprendizaje más profundo.

No hay nada más poderoso y lleno de ternura y compromiso que un pueblo tallado por el sufrimiento, que alcanza la estatura del ser consciente. Pueblo que redescubre la esperanza y comienza a construir su destino, abriéndose a la misión de Dios a la cual es llamado. Un pueblo que abre los ojos a la verdad y la justicia en el sufrimiento, y que con ternura solidaria se levanta, consuela y carga al caído, devolviendo la esperanza y la dignidad.

Así lo enseñó el Cristo crucificado y resucitado. Eso canta el servidor sufriente en Isaías.

Rubén Carlos Yennerich Weidmann
Isaías 50,4-6
Tema: sufrimiento

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