Dios y Señor, tú que das la vida a todos los hombres, nombra un jefe que se ponga al frente de tu pueblo y lo guíe por todas partes, para que no ande como rebaño sin pastor.
Números 27,16-17
Moisés acababa de enterarse de que no entraría con su pueblo a la tierra prometida. Muchos años atrás, en una situación de apriete, había desobedecido las órdenes de su Dios. Y ahora, en el umbral de la meta, debía cargar con las consecuencias.
¡Cuántos de nosotros, en situación similar, hubiéramos reclamado un poco más de consideración! No había sido por capricho ni mucho menos para beneficio propio, sino para responder a una necesidad existencial del pueblo que Moisés había actuado sin consulta. Fue una sola vez, en cuarenta años. ¿Será que Dios no podría manifestar su inmensa misericordia y simplemente olvidar lo acontecido?
Pero Moisés no reclama nada para sí mismo. Con el profundo reconocimiento de que el Señor, nuestro Dios, es el Alfa y el Omega de toda vida, tiene su mirada puesta en el pueblo. En aquel pueblo al que conoce bien. Al que vino dirigiendo desde la salida de Egipto. Aquel pueblo que, después de su alejamiento del cargo, necesitaría un nuevo líder. Pues solo, como rebaño sin pastor, no podría encontrar su camino.
Y no solamente ellos. También nosotros necesitamos líderes. Personas dotadas con el don de dirigir, la capacidad de discernir, la valentía de jugarse por lo que corresponda, la desinteresada pasión por la verdad y, por sobre todo, la humilde entrega a la voluntad de Dios.
¡Quiera el Señor, nuestro Dios, jamás dejar de llamar líderes para su pueblo!
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. (Juan 10,11)
Annedore Venhaus
Números 27,12-23