Les manda saludos Epafras, un siervo de Cristo Jesús; él es uno de ustedes, y siempre está rogando por ustedes en sus oraciones, para que se mantengan perfectamente firmes, entregados del todo a hacer la voluntad de Dios.
Colosenses 4,12
Estas son las palabras finales de la carta. De ellas se desprende el profundo cariño y preocupación que Pablo tenía por los creyentes de Colosas. Y no solo él, sino también sus colaboradores, que servían a Cristo sirviendo a Su iglesia.
¿Tenemos nosotros como iglesia ese mismo cariño a nuestros hermanos? ¿Pensamos en ellos, los incluimos en nuestras oraciones, los visitamos o los llamamos, o es esa solo la tarea del pastor y él se encarga?
Es una pregunta que en estos días todos deberíamos hacernos. ¿Cómo vemos a la iglesia y por qué voy? ¿Por tradición, costumbre, porque voy desde niño, porque soy egoísta y me hace bien a mí?
¿Cuándo fue la última vez que se preocupó por un hermano, que quizá saludó el último domingo y con quien sostuvo una conversación superficial y amable?
¿Cuándo fue la última vez que le preguntó si necesitaba algo u oración?
Las iglesias hoy están tan lejanas de lo que Jesús y Pablo querían, de ese amor al hermano y al prójimo, de transmitir el amor de Dios. Se han convertido en un lugar de refugio personal, pero no en un ente en el cual nos juntamos para recordarnos mutuamente el amor de Dios.
El mundo individualista está comiéndose las iglesias, porque eso es lo que llevamos de modelo cuando estamos en nuestras comunidades.
Que en nuestras oraciones y corazones siempre estén nuestros hermanos, la iglesia local de la que somos parte, los hermanos de otras congregaciones que conocemos y tantos que no, pero sabemos que son el cuerpo del Señor en distintos lugares. Muchos de ellos pasando aflicción y persecución.
Dios nos bendiga hermanos. Oremos los unos por los otros.
Alexandra Griesbach
Colosenses 4,7-18