En cuanto Pablo tuvo esa visión, preparamos el viaje a Macedonia, seguros de que Dios nos estaba llamando para anunciar allí las buenas noticias.
Hechos 16,10
En el libro de los Hechos podemos leer cómo los discípulos, después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, se organizaron para seguir la misión. Se dividieron en dos grupos: los que predicarían la buena nueva, por un lado, los pastores, y los que ayudarían a los necesitados, por otro lado, los diáconos. No siempre estaba claro a quién debían dirigirse. En este pasaje leemos que Pablo tuvo una visión y se prepararon para ir a Macedonia.
La pregunta sobre a quién llevar la buena nueva ha estado presente desde siempre y sigue vigente hasta nuestros días. Con seguridad, es más fácil predicar y atender a “nuestra gente” que a gente extraña. Conocemos las misiones alrededor del mundo, donde se intentó convertir al cristianismo en todos los pueblos. Muchas veces estas misiones se encontraron con culturas y creencias muy diferentes, y no fue fácil respetarlas. Cuando dirigimos hoy nuestra misión a un barrio con muchas necesidades, es más fácil comenzar con la acción social que con la predicación. Podemos decir que la acción social, o diaconía, es la predicación con las manos. Pero siempre queda como meta el respetar al otro en su cultura e historia. En nuestra tradición tampoco queremos vender una “fe barata”. “Si crees bien, te irá bien. Y si no te va bien, es porque no crees lo suficiente”. Seguir a Jesús significa vivir el mensaje y dar testimonio de que, a pesar de todas nuestras debilidades, una vida de paz y amor es posible, y que Dios nos fortalece para el camino.
“Por ti, mi Dios, cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor”(Canto y Fe número 275).
Detlef Venhaus