El Señor puso su mano sobre mí, y me hizo salir lleno de su poder, y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos.
Ezequiel 37,1
La mano del Señor no sólo está sobre nosotros, sino está por debajo sosteniéndonos. Una vez escuche una frase que dice que no puedes caer más bajo que la mano del Señor. La mano del señor está con nosotros, sosteniéndonos para que no caigamos, empujándonos para que sigamos adelante, la mano del Señor esta para que no nos sintamos solos.
Esa seguramente fue la confianza que sintió el profeta Ezequiel, que debía afrontar situaciones y contextos muy duros y difíciles, de luchas en medio de un pueblo que no escuchaba a Dios. El profeta sentía la seguridad de saber que la mano del Señor estaba con él para anunciar y denunciar todo aquello que va en contra de la vida plena que nos trae nuestro Señor.
En este tiempo de pandemia si algo fue triste, fue no poder saludarnos con las manos, no poder abrazarnos, sentimos la ausencia de las manos que están para acompañarnos, pero a pesar de que físicamente no podíamos darnos las manos, hubo muchas manos que estuvieron ayudando sanando, acompañando, preguntando que se necesita.
Gracias a Dios en nuestras congregaciones, en nuestra iglesia tenemos muchas manos que están ahí para dar una mano (valga la redundancia) cuando se los necesita, tenemos muchas manos gastadas y marcadas por el servicio, esas son las manos de Dios, son las manos del Jesús crucificado, del Jesús resucitado.
Hoy dale tu mano al que lo necesite, porque tus manos son las manos de Dios, manos que hacen que muchos no se sientan solos y puedan decir como el profeta Ezequiel la mano de Dios está sobre mí.
Javier Oscar Gross
Ezequiel 37,1-3