Jesús les contestó: “Pues yo tampoco les digo con qué autoridad hago esto.”

Lucas 20,8

El tema de la autoridad ha sido, es y será un tema sensible en todas las épocas y sociedades. La autoridad es considerada, en un sentido amplio, como la capacidad innata o adquirida que tiene una persona o grupo de dar una orden y ser obedecida.

Según si estamos hablando de un país, de liderazgo en un grupo de trabajo, de una relación padre-hijo o docente-alumno, existen distintos modos de adjudicar y ejercer la autoridad. Hay liderazgos más o menos democráticos etcétera.

Pues bien, en el texto se nos muestra cómo los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos (es decir autoridades de ese tiempo con todas las letras) “increpan” a Jesús para saber -en realidad para dejarlo en evidencia- de dónde obtuvo él su autoridad. Dicho en criollo, se preguntan “y éste, ¿quién se cree que es?”.

Jesús les devuelve la pregunta, intentando llevarlos a la reflexión acerca del tipo de autoridad que Juan el Bautista tenía.

Al no poder responderle, Jesús les contesta con el fragmento que he seleccionado.

Ahora bien, ¿de dónde proviene la autoridad de Jesús? ¿Es un don divino? ¿O es acaso el resultado de un proceso eleccionario o un liderazgo adjudicado por sus seguidores?

Si vamos hacia atrás en el Evangelio de Lucas, observamos cómo Jesús enseñaba: por medio de parábolas, acercando a la gente el significado profundo del amor de Dios y sus consecuencias en nuestra vida; y por medio de actos, estando cerca de la gente, atento a sus necesidades, curando sus enfermedades, consolando sus dolores, compadeciéndose de ellos.

La autoridad de Jesús no requiere de conceptos que la definan, sino que se desprende de sus palabras y de sus actos. Aquellos que siguen a Jesús lo hacen porque él se ha acercado primero, ha curado sus heridas, y ha invitado a seguirlo.

Deborah Cirigliano

Lucas 20,1-8

Compartir!

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Print
magbo system