El Señor su Dios hará que salga de entre ustedes un profeta como yo, y deberán obedecerlo.
Deuteronomio 18,15
Esta afirmación es relevante porque los territorios que el pueblo de Israel estaba ocupando estaban habitados por personas que adoraban a otras divinidades y frecuentemente consultaban adivinadores, pitonisas y diversos futurólogos para tomar decisiones tanto en sus vidas personales como en asuntos públicos. Dependiendo de los consejos que recibían de estos practicantes, decidían si debían o no ir a la guerra.
Si observamos a nuestro alrededor, veremos que nuestras vidas parecen ser gestionadas desde el exterior mediante mecanismos similares, incluso sin ningún disfraz. Se recurre a futurólogos y se intenta ajustar a la fuerza predicciones del pasado al presente.
Lo lamentable es que, aunque nos llamemos cristianos y cristianas, prestamos atención a tales mensajes confusos, ya sea por curiosidad o cualquier otro motivo. Y, de alguna manera, una vez que estos mensajes entran en nuestras mentes, nos perturban y desvían nuestro enfoque, alejándonos cada vez más de Dios, que guía nuestro presente y orienta nuestro futuro.
Ante esta situación se proclama que surgirá un auténtico profeta, y deben estar dispuestos a obedecerle. Esta obediencia no es un capricho, sino un auxilio en el camino hacia la rectitud.
Podemos considerar sin duda a Jesús, Hijo de Dios y Dios mismo, como el más grande de todos. Sus verdades son eternas, sus acciones son ejemplos y guía, tanto en el pasado como en el presente, y su anuncio del Reino supera con creces cualquier intento de engaño por parte de aquellos que tratan de confundirnos con cuestiones efímeras y adaptadas a una realidad temporal.
Encontraremos todo tipo de mensajes futuristas, incluso atribuidos al mismo Dios. Habrá propuestas de acción de todas las índoles.
Escuchar solamente a Jesús nos protege de tanta charlatanería.
Norberto Rasch