Después llegó un hombre de Baal-salisá llevando a Eliseo veinte panes de cebada recién horneados, y trigo fresco en su morral. Eliseo ordenó entonces a su criado: Dáselo a la gente para que coma. Pero el criado respondió: ¿Cómo voy a dar esto a cien personas? Y Eliseo contestó: Dáselo a la gente para que coma, porque el Señor ha dicho que comerán y habrá de sobra.
2 Reyes 4,42-43

Viviendo en el campo, con mis padres y tíos como agricultores y productores lácteos, en más de una ocasión me tocó ayudar de alguna manera en el negocio familiar. Aquellos que han tenido una experiencia similar saben bien de la dependencia que tenemos del clima.
Es por eso que uno anhela la llegada de la lluvia que cae sobre los cultivos y los hace dar fruto. Esta interdependencia, junto con la constancia y la persistencia en la siembra, es lo que nos capacita para ser hombres y mujeres de fe, ya que siempre confiamos en aquel que es el Señor de toda la creación y de la humanidad.
En tiempos de cosecha abundante y corazones agradecidos, extendemos la mesa para compartir en la abundancia. En tiempos de sequía, la mesa permanece tendida para que, incluso en la escasez, podamos compartir el pan. En ambos casos, nuestra mirada y nuestra vida están centradas en el amor y la misericordia de Dios.
Pues: “Peregrino en el desierto, guárdame, gran Jehová; yo soy débil, Tú, potente: Tú poder me sostendrá; nútreme con pan del cielo, dame el celestial maná. Ábreme esa fuente pura, ese vivo manantial, en que pueda yo la mancha de mi corazón lavar. ¡Oh Jesús!, sé Tú mi fuerza, mi luz y seguridad”. (Culto Cristiano N° 169).

Gladys Heffel

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