Vosotros sois los hijos de los profetas y del pacto que Dios hizo con nuestros padres diciendo a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.”

Hechos 3,25

El relato de hoy nos habla de la imposibilidad física de un hombre cojo de nacimiento, que no podía valerse por sí mismo; que necesitaba de la ayuda de otros y seguramente, como era cojo de nacimiento, se habría amoldado a esa situación. Por ello ya no esperaba otra cosa que la sobrevivencia por la limosna. No se imaginaba el rumbo que tomaría su vida con un cambio de 180 grados, un cambio profundo, un cambio total, porque iba a pasar de la parálisis a la posibilidad de la plena movilidad, de total independencia.

Este cambio, esta sanación, fue llevada adelante por dos hombres de fe, llenos del Espíritu Santo, confiados en el poder de su Señor, dos hombres consagrados.

¡Cuánto necesitamos también nosotros salir de nuestras parálisis, de nuestra quietud, de nuestra inacción! ¡Cuánto necesitamos que el poder de Dios nos ponga de pie! ¡Cuánto debiéramos ser como Pedro y Juan!

Eso nos animaría a abrir caminos de esperanza  para aquellos que están esperando una palabra, un gesto de aliento, de fuerza, de fe, que los anime y que los ponga de pie.

Señor, auméntanos la fe, infúndenos tu Santo Espíritu. Actúa por medio de nosotros. Amén.

Luis Macchi

Hechos 3,11-26

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