Que nadie hable con orgullo, que nadie se jacte demasiado, porque el Señor es el Dios que todo lo sabe, y él pesa y juzga lo que hace el hombre.
1 Samuel 2,3
En la sociedad actual es muy común ver y escuchar a las personas que se jactan de que en sus manos se encuentra la posibilidad de realizar esto o aquello o que pueden manejar esto o lo otro. Distintas filosofías y doctrinas actuales dan al hombre la capacidad de confiar que todo depende de sí mismo y de su voluntad. … ”Si te lo propones nada es imposible… en vos está el poder lograrlo todo”…
Corrientes filosóficas como el “humanismo contemporáneo” o el “hedonismo” tienen fuerte influencia en nuestros días y sostienen que quebrantando cualquier impedimento que no permita la “autoexpresión” y no determine la “actualización” del ser, sea padres, religión, moral o costumbres, permitirá la plena realización. Todo lo que traiga placer y satisfacción es permitido según las mismas.
Lo que importa de la vida es lograr el placer, el gozo, la libre expresión de la persona, sostienen.
Y no está mal confiar en nuestras fuerzas, en la posibilidad de lograr los propósitos y metas, – lo que está mal es quitar del centro de la ecua-ción a Dios, ya que sin él nada nos es posible, ni siquiera levantarnos por la mañana. Dios, sin dudas, tiene un propósito con cada una de nuestras vidas, y él desea vernos realizados, prósperos y felices. Ten-gamos mucho cuidado de que el orgullo ciegue nuestro entendimiento y no nos permita ver de dónde vienen las fuerzas, de dónde vienen nuestras capacidades y quién permite nuestros logros.
Reflexionemos y pensemos, estamos viviendo en los días de los cuales hablaba Pablo… ¡En los postreros días vendrán tiempos peligrosos, porque habrá hombres amadores de sí mismos… amadores de los deleites más que de Dios! (2 Timoteo 3,2-4)
Verónica Schmidt
1 Samuel 2,1-11