A mí me pertenece todo ser humano, lo mismo el padre que el hijo.
Ezequiel 18,4ª

Si leemos el libro de Ezequiel cap. 18, vers. 1-4ª, vemos cómo el profeta menciona un típico refrán del pueblo de Israel que dice: “Los padres comen uvas agrias y a los hijos se les destemplan los dientes”; el pueblo siente que la realidad del exilio es consecuencia de la herencia del pecado cometido por sus antepasados. También hoy, cuando decimos “de tal palo, tal astilla”, lo utilizamos de manera negativa, como para justificar lo malo que hay en la persona, si tuvo una mala familia, debe ser malo también; es como llevar, así como el pueblo de Israel, el legado de nuestros antepasados, el prejuicio y la carga de una pesada herencia.
He aquí, que viene palabra de Dios a través del profeta Ezequiel, que nos dice que nunca más se volverá a repetir el mencionado refrán, sino que a Él le pertenece todo ser humano, tanto el padre como el hijo, es decir que todos somos igual de importante para Dios, y que nuestras acciones cometidas hoy no tienen nada que ver con las acciones cometidas por nuestros antepasados, que Dios nos mira y observa con agrado, y nos da la oportunidad de redimirnos, de cambiar lo negativo por lo bueno, de transformar nuestra vida porque Dios nos ama a cada uno de igual manera y nos perdona.
Quiera Dios que siempre estemos dispuestos a asumir nuestros propios errores y estar dispuestos a cambiarlos transformando nuestra vida y ayudando a nuestro prójimo. Amén.

Rufina Rapp

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