El Señor se dirigió a mí, y me dijo: “Antes de darte la vida, ya te había escogido; antes de que nacieras, ya te había yo apartado; te había destinado a ser profeta de las naciones”.
Jeremías 1,4-5
Jeremías fue un profeta que, como cualquier persona que profetiza (es decir, que conjetura y predice acontecimientos futuros a través de señales o cálculos previos), no fue tenido en cuenta por todos de igual manera mientras anunciaba hechos que sucederían. A diferencia de otros profetas Jeremías era consciente de su rol en la sociedad desde temprana edad.
Avanzado el siglo XXI, y de acuerdo al entendimiento que gran parte de la humanidad tiene sobre la existencia humana, cuesta creer que alguien confíe en otra persona para una tarea tan importante como es la de denunciar las injusticias del presente y augurar acontecimientos futuros. ¡Menuda tarea le fue encomendada a Jeremías! ¿Qué hacemos si nos sucede como a Jeremías? ¿Estaríamos en condiciones de aceptar la tarea que Dios encomienda? Personalmente entiendo que existen diferentes formas de denunciar las injusticias del presente y al mismo tiempo anunciar buenas noticias para el futuro. Debemos ser asertivos con las palabras y cuidadosos con las formas en las que nos expresamos porque el rechazo de quienes escuchan los enunciados es lo primero que podrían manifestar y ello clausura cualquier tipo de diálogo. No es una tarea sencilla pero sí es urgente porque como solía declarar el arzobispo anglicano sudafricano Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia significa que has elegido el lado opresor”.
Todos podemos ser profetas en algún momento de nuestras vidas, solamente tenemos que estar dispuestos a aceptar que Dios ya lo ha dispuesto así.
David Cela Heffel