Todos los que habían creído eran de un mismo sentir y de un mismo pensar. Ninguno reclamaba como suyo nada de lo que poseía, sino que todas las cosas las tenían en común.
Hechos 4,32 (RVC)
En el tiempo del movimiento que terminó denominándose Reforma Protestante (Siglo XVI) se impulsaba con mucha fuerza el retorno a “las fuentes”. Esto significaba por un lado recuperar la vitalidad y entusiasmo de los primeros cristianos/as y por otro vivir con sencillez y autenticidad la fe. La dura realidad de corrupción, apego a los bienes materiales, hasta la venta de indulgencia… provocó un estado de saturación que hacía indispensable recuperar la forma original del evangelio, liberándola de las formas distorsionadas que había ido adquiriendo con el paso del tiempo. Esta Reforma tomó como base lo esencial: Cristo y junto a él, la Escritura, la fe y la gracia.
Hoy también como en la Reforma, estamos lejos de la sencillez y práctica cotidiana del Evangelio. Vivimos en tiempos de enorme fragmentación social y personal: nos cuesta encontrarnos realmente con otras personas y aún con nosotros mismos. Predomina el “malestar”, lo que dificulta seriamente la convivencia y esto se traslada decididamente a los ámbitos de vivencia de la fe. Tener un mismo sentir y un mismo pensar parece una ilusión, lo que hace imposible la comunidad de bienes. ¿Debemos resignarnos al malestar? Creo que podemos reconstruir la comunidad poniendo en primer lugar lo que
Cristo hizo por nosotros/as, promoviendo espacios genuinos para estrechar lazos y compartir lo que nos pasa.
También hoy necesitamos volver a las fuentes, y recuperar la alegría de sabernos amados/as y a partir de ese amor que nos es regalado construir una comunidad atravesada por una fe integral. En definitiva se trata de pasar por el corazón que frente a las señales de disgregación, la vida apoyada en la confianza en Dios es más fuerte y tiene el poder de transformar decididamente la convivencia.
Juan Carlos Wagner
Hechos 4,32-33
Temas: Reforma, unidad
