Juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país. Sus palabras serán como una vara para castigar al violento, y con el soplo de su boca hará morir al malvado.
Isaías 11,4
Fuertes palabras son las que pronuncia el profeta Isaías. Palabras que, desde nuestra tradición cristiana, despiertan dos sentimientos muy fuertes: por un lado, esa sensación amarga de injusticia que a diario vemos a nuestro alrededor, injusticia de la cual muchos hermanos y hermanas son víctimas en los espacios más cotidianos y cercanos a nosotros: en el trabajo, en la familia, en los vínculos conyugales e interpersonales, e incluso a veces hasta en la iglesia. Una sensación que se vive en la piel y por momentos busca sacar de nosotros lo peor.
Pero, por otro lado, la profecía de Isaías viene a calmar nuestro propio deseo de hacer justicia, el cual muchas veces está mediado por nuestro propio pecado, que nos impide ver las cosas como Dios las ve. Ante el sabor amargo de las injusticias, tal vez nuestro foco no debe estar solo en la acción, es decir, en lo que vamos a hacer para cambiar la realidad, sino desde dónde lo vamos a hacer.
Confiar en la promesa de Isaías es confiar en que Dios responde a nuestro clamor en la persona de Jesús de Nazaret, cuyas palabras son como una vara para castigar al violento. No somos nosotros los que hacemos justicia, sino que Dios hace justicia por medio de su Palabra. Y esto es lo que debemos testificar: denunciar las injusticias y anunciar a Cristo, cuyo amor juzga, transforma y libera. Amén.
Raúl Müller