Ana se presentó en aquél mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Lucas 2,38
La segunda persona que está allí en el templo, justo cuando el niño Jesús es presentado al Señor, es Ana. Una mujer que es casi desconocida para el lector de la Biblia. Viuda de muchos años, fiel y religiosa, llena de gratitud y alabanza a Dios en su vida, sirviendo en el templo con ayunos y oraciones. Con sencillez de corazón.
En el encuentro con la familia que presenta a su niño, reconoce en éste al Salvador. Al escuchar el nombre del niño: Jesús, ¿interpretó su significado como cumplimiento de la espera de un Mesías? No dice nada el evangelista. Pero sí relata que Ana: “comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.”
Un testimonio del amor de Dios, que yo llamaría poderoso. Fundado en su fe y en la esperanza del cumplimiento de la salvación prometida por Dios, y fortalecido por el silencioso servicio de años en el templo.
Un testimonio que agrega un escalón más al camino de preparación de la misión que cumplirá ese niño, el hombre Jesús. De esa manera, con los anuncios y testimonios de los que rodean al niño, éste va creciendo y siendo capacitado, diciendo el evangelista que: “gozaba del favor de Dios” (v. 40), para ejercer su ministerio: es decir llevar a “los que esperan”, a la presencia de Dios.
Everardo Stephan
Lucas 2,36-40