Estos son los dichos del predicador, hijo de David, que reinó en Jerusalén. ¡Vana ilusión, vana ilusión! ¡Todo es vana ilusión!
Eclesiastés 1,2.12-14
Antes de leer Eclesiastés, es importante considerar que este libro de la Biblia aborda numerosos enigmas de la vida. El “predicador” (también conocido como Qohelet) presenta una visión profunda y a veces desalentadora de la existencia. Por lo tanto, debemos entender que este libro ofrece una perspectiva que, aunque en ocasiones puede parecer pesimista, concluye con un mensaje optimista.
Sabiendo esto, comprendamos lo que nos quiere transmitir el Predicador. El mensaje central de este pasaje es un llamado a la humildad. A través de su experiencia, el Predicador nos confronta con la realidad de que nuestros esfuerzos, aunque significativos, a menudo parecen no alcanzar la verdadera satisfacción o sentido. Sin embargo, esta perspectiva no es necesariamente una invitación al desánimo.
Más bien, es una invitación a reconsiderar nuestras prioridades y a buscar un propósito que trascienda las obras y logros personales. En última instancia, este pasaje nos recuerda que, aunque la vida puede parecer vacía en ocasiones, nuestra búsqueda de sentido y propósito tiene un valor profundo y trascendental. La sabiduría y la fe pueden ayudarnos a encontrar significado incluso en medio de la aparente vanidad de nuestras experiencias. Esto me recuerda lo que mi amada abuela materna siempre decía al verme sonreír: “mi día ya tiene sentido ahora”. Ella encontraba el sentido de su día en algo tan pequeño como la sonrisa de un ser querido.
Después de esto, debemos entender que la vida no es una vana ilusión si sabemos apreciar la riqueza en los pequeños momentos que Dios nos regala cada día.
José Arturo Schlickmann Tank