Pero el Señor me ha dicho: “He visto que tú has derramado mucha sangre y has hecho muchas guerras; por eso no eres tú quien va a construirme un templo. Pero tendrás un hijo que será un hombre pacífico; y además yo haré que sus enemigos por todas partes lo dejen en paz. Por eso se llamará Salomón. En su tiempo concederé paz y tranquilidad a Israel.”

1 Crónicas 22,8-9

Es sabido que, en toda guerra, más allá de que haya vencedores y vencidos, también es cierto que todos pierden algo. De igual manera en un juicio de cualquier tipo de separación, ambas partes litigantes pierden algo. Por eso, es muy sabio un famoso dicho que expresa que siempre es preferible un mal arreglo que un buen juicio. En definitiva, en la resta todos pierden.
En los momentos de paz siempre hay posibilidad de un espíritu de construcción comunitaria, en las que en la suma, todos ganan. Ejemplos de éstos abundan en todos los ámbitos.
En el caso de David, no hay dudas de que fue el mayor rey de la historia del pueblo de Israel. Sin embargo, sus manos manchadas de sangre le impedirían ser el constructor del Templo de Jerusalén.
Por eso es que Dios concedió a Salomón la posibilidad de construir la mayor obra arquitectónica de la historia del pueblo de Israel para su alabanza. Un sueño anhelado desde que salieron de la esclavitud en Egipto y que recién pudo ser concretado varios siglos después. Está claro, entonces, que la paz es el único camino en la que es posible el bienestar común y en la concreción de los sueños y en esa paz, también está presente Dios.

Rubén Mohr

1 Crónicas 22,2-19

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