Y cuando Amán comprobó que Mardoqueo no se arrodillaba ni inclinaba la cabeza cuando él pasaba, se llenó de indignación; pero como ya le habían dicho de qué raza era Mardoqueo, le pareció que no bastaría con castigarlo sólo a él, y empezó a pensar en cómo acabar con todos los judíos que vivían en el reino de Asuero.

Ester 3,5-6

El rey pone al frente del gobierno a Amán, un personaje siniestro y prepotente; tanto es así que, al ver que Mardoqueo no dobla la rodilla en su presencia, empieza a maquinar la destrucción de su pueblo, ya que averigua que él es de procedencia judía. Así publica, con el beneplácito del rey, el decreto de exterminio contra los judíos.
Mardoqueo, cuando se entera, “rasgó sus vestiduras, se cubrió de ceniza y se fue por medio de la ciudad, dando fuertes, dolorosos gemidos” y oró de la siguiente manera:
“Señor, Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse si quisieres salvar a Israel: Tú que has hecho el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo los cielos, tú que eres dueño de todo y nada hay, Señor, que pueda resistirte. Tú lo sabes todo; tú sabes, Señor, que no por orgullo ni altivez ni por vanagloria hice esto de no adorar al orgulloso Amán; que de buena gana besaría las huellas de sus pies por la salud de Israel; que yo hice esto por no poner la gloria del hombre por encima de la gloria de Dios; que no adoraré a nadie fuera de ti, mi Señor, y que obrando así no lo hago por altivez” (Ester 13,9-14).
Mardoqueo decidió no defraudar a la Palabra de Dios honrando y arrodillándose frente al enemigo de Dios.
En esta dirección expresa el salmo 118: “Es mejor confiar en el Señor que confiar en grandes hombres.” Actitud sabia y llena de confianza que deberíamos imitar hoy.

Mario Bernhardt

Ester 2,19-3,6

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