Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de gobernar. Y le darán estos nombres: Admirable en sus planes, Dios invencible, Padre eterno, Príncipe de la paz.
Isaías 9,6
Isaías fue uno de los grandes profetas. Él vio al Señor sentado en un trono muy alto y pensó: “¡Ay de mí! Voy a morir, pues he visto con mis ojos al Señor todopoderoso.” Pero no murió. Y cuando el Señor necesitó un mensajero, Isaías dijo: “¡Aquí estoy; envíame a mí!”
No sé si la gente entendía todo lo que el profeta les decía. Pero la parte que nos toca reflexionar hoy les habrá dado una sensación de suspenso, de esperanza. Lo que va a venir es grandioso. El pueblo que anda en la oscuridad verá una gran luz. Se habla de alegría, de gozo, de riquezas. Todo lo feo, las botas de los soldados y los vestidos manchados de sangre serán destruidos por el fuego.
Isaías, 737 años antes de Cristo, dice: “Porque nos ha nacido un niño… el Príncipe de la paz.” ¡Qué llamativo! Casi ocho siglos antes ya fue anunciado su nacimiento. Y la gente esperaba un Dios invencible, admirable en sus planes.
Y pasaron los siglos y nació el niño. Admirable sí, ¿pero invencible? Sí, invencible también. Solo pasó por la muerte para dar la vida eterna a todo aquel que cree en Él.
Él resucitó. Él vive y prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo. ¡Qué alegría! ¡Qué gozo! ¡Esta promesa es también para ti y para mí!
Gozo, alegría reinen por doquier, porque Cristo hoy día muestra su poder. (Canto y Fe Nº 72)
Delia Attema
Isaías 9,1-6