El Señor afirma: “Si te quieres volver, Israel, es a mí a quien debes volverte. Si alejas tus ídolos odiosos y no te apartas de mí, entonces podrás jurar por mi nombre con verdad, justicia y rectitud. Mi nombre será para las naciones motivo de bendición y alabanza.”
Jeremías 4,1-2
Dios clama por su pueblo. ¡Vuélvanse a mí! Hemos torcido el camino. No lo escuchamos y hemos despreciado sus mandatos. Más aún lo
han hecho aquellos que detentan los poderes políticos, económicos y religiosos. Muchos se enriquecen a costa del sufrimiento, la pobreza y
el hambre de otros. ¿Cuánto ha de durar nuestra confusión? ¿Seguiremos sin escuchar su palabra?
Puede que de Dios nos hayamos olvidado, pero Él no de nosotros. Sus palabras siguen clamando y doblando en medio del silencio. Su fidelidad y su justicia nos alcanza y su palabra nos conmueve.
La raíz de los males está en el corazón del hombre, por ello Dios actuará sobre ese corazón para que seamos fieles y obedientes a sus mandatos. Habrá de grabar, no sobre piedras, sino en nuestros corazones su nombre perpetuamente.
Dios es el soberano del mundo y el mundo necesita sanación. Sanación que sólo puede proceder de Dios. Tantas almas que sufren el hambre, la angustia, el destierro, el olvido, el frío, el hambre, la explotación. Es hora de derribar, en nombre de Dios, las estructuras que lo
provocan.
Es al Dios Padre y Madre, al Dios misericordioso y fuente de agua viva, al que hemos de volver la mirada. Así podremos servir a Dios y a nuestro prójimo con fidelidad, en Justicia y rectitud. Ese es el verdadero culto que en nombre de Dios hemos de practicar.
Sergio Utz
Jeremías 3,21-4,4