Miércoles 8 de enero

 

Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones. No gritará, no levantará la voz, no hará oír su voz en las calles, no acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Verdaderamente traerá la justicia.

 

Isaías 42,1-3

 

El texto del profeta Isaías nos presenta a un Dios que interviene en la historia de la humanidad y busca cambiar la lógica humana. Él envía a su Hijo al mundo, no como rey, sino como siervo; un siervo que no viene con toda la gloria y el poder que los grandes líderes del mundo ostentan. Dios se deleita en un siervo humilde que tiene la misión de traer justicia a las naciones. Un siervo que desafía la lógica de las estrategias de comunicación de un mundo ruidoso, que busca constantemente llamar la atención de las personas, y que en la sencillez comunica su plan de establecer un reino de justicia y paz.
Un siervo que no acabará de romper la caña quebrada, es decir, cambia la lógica de la opresión, evitando cargar a un pueblo ya sufrido con tantos dolores y males. Tampoco apagará la mecha que arde débilmente, acabando con la esperanza que le queda a la gente que espera que se haga justicia y que se encuentra en el umbral de la existencia. Solo un siervo que se mueve en silencio, que camina con cuidado, sin gritar constantemente para convencer a los demás, toma en serio la verdadera necesidad de las personas, dejándolas libres para decidir. Para reconocer al siervo y su mensaje es necesario calmarse, escuchar muchas veces el silencio de quien sufre y acallar los ruidos de un mundo que genera confusión con la misma intensidad con la que comete injusticias. Reconocer este cambio de lógica es caminar junto a un mundo acostumbrado a la competencia de quien es más rápido.
Señor, quiero caminar junto al que sufre, así como el siervo del Señor, luchando por tu justicia que va en contramano de los valores de este mundo, sin perder la esperanza en tu reino de amor.

 

Paulo Eduardo Siebra Andrade

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