Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, dio gracias a Dios por ellos, los partió y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía llenaron doce canastas con los pedazos sobrantes.
Lucas 9,16–17
Ejercitemos nuestra imaginación agregando a la escena imágenes con movimiento y sonido: “Me maravilla este momento del día en el que el sol se va ocultando. Las sombras de la noche reemplazan los colores rojizos del atardecer. Lentamente se acallan los comentarios acerca de lo que acabamos de vivir. Agradezco haber podido venir hasta este lugar, estar reunida aquí, con mi familia y haber escuchado a Jesús. Me llegó al corazón lo que contó del Reino de Dios. ¡Gracias, Jesús, por haber sanado a nuestro vecino! ¡Sí, mi niño, acá estoy! ¡Cómo llora mi pequeño! Estuvo correteando y riendo todo el día. Ahora tiene sueño y hambre. ¿De dónde sacaré alimento para él? Por acá no hay nada.
Jesús no piensa: “Mi misión terminó acá, les dije lo que quería y me voy”. Lleva a cabo su tarea hasta el final. No solamente permite que nos retiremos con nuestras almas plenas de fe y esperanza, sino que también calma el hambre del cuerpo. Nuestro Señor piensa en nosotros, nos cuida y nos da lo que necesitamos. Él es ejemplo para sus discípulos y para todos. Nos enseña a poner en práctica los dones que nos han sido dados, aún frente a las necesidades más cotidianas. Como por ejemplo, alimentarnos.
En el mundo actual, allí donde enfocamos la mirada, hay hambre – material o espiritual.
Estamos llamados a contribuir ante las necesidades del ser humano integral. Afortunadamente las comunidades cristianas, además de atender los requerimientos espirituales de la gente, también ponen manos a la obra en sanatorios, hogares, comedores.
Pidamos a Dios que podamos multiplicar tanto su palabra y su mensaje, como las acciones concretas de ayuda material.
Magdalena Krienke de Lorek
Lucas 9,10-17