Los hombres de Judá consagraron allí a David como rey de Judá. Cuando le contaron a David que los de Jabés de Galaad eran los que habían enterrado a Saúl, envió David unos mensajeros a decirles: “Que el Señor los bendiga por tratar con tanta bondad a Saúl, su señor, dándole sepultura. Y que el Señor los trate a ustedes con bondad y fidelidad. Yo, por mi parte, los trataré bien a ustedes por esto que han hecho.”
2 Samuel 2,4-6
La salud y fama de Saúl, el primer rey del antiguo Israel, declinaron muy pronto. El favorito del pueblo comenzó a ser un joven brillante, Da-vid, luego de que derrotara a Goliat el filisteo. Esto fue ácido para el viejo rey ya sumido en depresión. Y eso, que David aliviaba con su música las sombras que atormentaban a Saúl.
Donde hay celos, pronto surgen envidia, odio, enemistad y deseo de venganza. El anciano temía perder su reinado ante el avance de David; y así comenzó a perseguir al joven que tuvo que huir.
Cuando finalmente murió Saúl, unos fieles le dieron sepultura. David, al enterarse de esto, lejos de engancharse en la espiral de envidias, intrigas y violencia que había armado Saúl, aplaudió a aquellos fieles de Jabés de Galaad. Fue un acto de grandeza y misericordia para con quien se había erigido en su enemigo. Ya anteriormente le había perdo-nado dos veces la vida a Saúl.
David tuvo muchos altibajos en su vida. Su conducta distaba mucho de la de un héroe ideal y perfecto. Si bien escribió páginas brillantes de la historia de Israel, el autor de los libros de Samuel también narra sin reparos errores, caídas y maquinaciones del gran rey. Pero el gesto con los sepultureros, que quizá haya pasado desapercibido para la mayoría, le pareció al autor bíblico digno de ser registrado.
Con seguridad nos rodean muchas personas cuya vida también está llena de altibajos. Suelen ser objetos de chismes, críticas y habladurías que sólo envenenan la convivencia. ¿Por qué no buscamos sus gestos de grandeza y misericordia dignos de ser recordados? Seguro que los tienen. Los tuvo David y los tuvieron los hombres que le dieron una última honra a Saúl. Agradecérselos quizá sea una manera de mejorar nuestro entorno y con él, a nosotros mismos.
2 Samuel 2,1-11 |
René Krüger |