De las orillas del Éufrates tomé a Abraham, y lo hice andar por toda la región de Canaán.
Josué 24,3

Al leer este texto bíblico me apareció de manera instantánea la canción: “Pescador de hombres”, compuesta por el sacerdote español Cesáreo Gabaráin: “Tu has venido a la orilla, no has buscado ni a sabios, ni a ricos”.
Dicha analogía me atraviesa profundamente hoy en día, ya que luego de muchos meses de COVID 19 y habiendo pasado mucho tiempo a solas conmigo misma, en algún momento tuve la necesidad imperiosa y profunda de un movimiento.
No vino Jesús en carne y hueso, y me tomó de su mano para llevarme a otra región así como lo hizo con Abraham, pero sí sentí que habló a través de dicha necesidad imperiosa y profunda que me apareció.
Si alguien me preguntara cómo, racionalmente, Dios me habló, me faltarían todas las palabras para explicarlo. Pero, en contraposición, en mí no hubo duda alguna: de alguna u otra manera sabía que tenía que irme. También sabía a dónde y de qué manera: me tenía que postular para hacer el año diacónico en el extranjero, más específicamente en Alemania.
¿Por qué? Aún no lo sé y cuánto más intento racionalizarlo, más me doy cuenta de que es en vano. Lo que sí sé con firmeza es que acá él me necesitaba y así fue, acá estoy: en Alemania. Dejé muchas cosas y le seguí, y le seguiría todo lo que tenga de vida. Porque él es el dador de vida, y la da en abundancia: no hay mayor recompensa que eso.
En el silencio me habló, lo hizo a través de mi sentir y les prometo… no hubo duda alguna.
“Tan solo quieres, que yo te siga… Junto a ti, buscaré otro mar”. (Canto y Fe N° 282)

Ailin Monti

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