«¡Muy bien. ¡Sigamos adelante!»: Carta pastoral en vísperas de año nuevo

“Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro siempre a punto en la angustia. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se hundan en el mar. Aunque bramen y se agiten las aguas y con su oleaje sacudan los montes. El Señor todopoderoso está con nosotros, nuestro Alcázar es el Dios de Jacob” Salmo

Estimadas hermanas, estimados hermanos
¡Gracia y bien!

Un nuevo año está concluyendo. Y como todo aquello que llega a un final merece una evaluación.
¿Cómo evaluar aquello que nos sucedió a lo largo del año? ¿Cómo y desde dónde hacerlo? A veces en lo personal el resultado de la evaluación es favorable, pero cuando la miramos desde lo comunitario ya no lo es tanto, o viceversa.

A nivel global, el año 2022 parecía ser un poco más alentador que los años anteriores signados por la pandemia del COVID 19. Sin embargo, a poco de comenzar, la invasión de Rusia a territorio Ucraniano y la guerra que allí se desató, impactó nuevamente al mundo entero. Bombardeos, violencia contra civiles, violaciones, muerte, destrucción, migraciones forzadas; la gente huyendo, las tropas avanzando. Nuevamente el mundo se encontraba en estado de alerta.

En nuestra Región la guerra afectó de distintas maneras, pero entre otros aspectos en el costo de los alimentos y las energías. En la República Argentina el proceso inflacionario se aceleró aún más, algo que hace imposible toda previsión y al mismo tiempo pulveriza la capacidad de compra de quienes aún conservan sus fuentes de ingreso. La pobreza e indigencia se encuentran en límites escandalosos y dolorosos a la vez.

La violencia también se hizo presente. En las calles se multiplican las agresiones y los robos a mano armada. En los hogares muere cada día una mujer víctima de femicidio. En las redes sociales, en los medios de comunicación y en los corazones de muchas personas se acrecientan los mensajes de odio, rechazo a las disidencia, desacreditando a las instituciones y las personas que las representan. Los fundamentalismos y fanatismos se han impuesto como un modo de canalizar los altos grados de

incertidumbre y descontento social.
También resulta preocupante que el poder económico avance absolutamente sobre todo para imponer su lógica rentista y como los distintos poderes de la democracia se rinden a sus pies. La corrupción es escandalosa. Duele ver también cómo es arrasada la naturaleza y los pueblos por la codicia ilimitada.

En tal sentido, si tenemos en cuenta lo expuesto hasta aquí, ciertamente la evaluación es dramática. Y de hecho muchas personas lo experimentan así, con desánimo, falta de expectativas, de fe, con desesperanza o desesperación (que es más o menos lo mismo)

Este último aspecto debe llamarnos a la reflexión. ¿Se puede vivir sin esperanza? Si…pero no es vida. Porque la vida sin esperanza es más bien una lenta agonía. Nada sobrevive donde reina el desánimo y la perspectiva de muerte.

De allí la importancia y la extrema necesidad de hacer algo para recuperar los sueños de otros mundos posibles, nuevas realidades; sueños que movilicen las ganas, el compromiso, el deseo de una sociedad más humana, justa, pacífica y ecológica.

Y si bien es cierto que los tiempos que corren no aportan demasiados elementos para ello, quienes al igual que el salmista confiamos en que Dios es nuestro Alcázar, tenemos la enorme Gracia que nos permite escapar de los estrechos límites que impone la realidad y confiar, contra toda lógica, que son posibles nuevas realidades de vida en abundancia porque esa es la voluntad salvífica de Dios.

Así también lo experimentaba el autor de la Primera carta de Pedro quien escribió a las comunidades cristianas: “ Bendito sea el Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva” (1 Pedro 3:1)

En Cristo Jesús, Dios se ha encarnado en las realidades de este mundo para transformarlas con la irrupción de un nuevo Reino. Y ciertamente nada ni nadie podrá detener el plan salvífico de Dios: ni el pecado, ni la muerte ni quienes de ella se benefician para sus logros mezquinos podrán poner fin a la irrupción de ese nuevo Reino.

Estimados hermanos, estimadas hermanas: este es el Evangelio que hemos recibido y que estamos llamados y llamadas a anunciar en medio de este mundo. Un Evangelio que tiene la fuerza de aportar nuevas miradas, palabras y es capaz de generar obras cargadas de empatía, generosidad, misericordia, compromiso en favor de la justicia, la paz, la dignidad humana y de toda la creación. Evangelio que es Palabra de esperanza y transformación. Ahora bien, ¿Estamos como Iglesia Evangélica del Río de la Plata cumpliendo con esa tarea? ¿Cuál es la evaluación que hacemos al respecto?

En estos años en los que pude recorrer las distintas Congregaciones y Distritos de nuestra Iglesia, me he quedado maravillado, contento y lleno de esperanza al ver los enormes esfuerzos, las ganas, el coraje y la responsabilidad con la cual mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas participan y se comprometen, cómo se organizan para reunirse a pesar de las distancias y los costos, se capacitan,

buscan con insistencia y sin rendirse, edificar comunidades reunidas por la Fe en el Señor. Por supuesto que no siempre resulta simple. La realidad social, nuestros propios límites, fragilidades y pecados muchas veces nos condicionan. Pero otra vez digo que, por Gracia de Dios, no depende únicamente de nosotros y nosotras la posibilidad de ser comunidades que siembran esperanza y vida, comunidades evangélicas, diacónicas, proféticas e inclusivas. Es el Señor quien con su amor nos reúne y con su Espíritu nos empuja para darnos coraje y fuerza.

Seguramente a los ojos del mundo aparezca como raro, extraño y hasta insuficiente todo ello. ¿Qué pueden aportar esas pequeñas unidades dispersas en un territorio tan grande? Sin embargo cada obra, cada gesto, cada encuentro comunitario , son ladrillos y anticipo de ese Reino que el Señor está edificando en medio de su pueblo.

Para terminar, traigo el recuerdo de una frase que al final de cada año colocaban las maestras en los “boletines” y que decía a modo de evaluación: ¡Muy bien. ¡Sigue adelante!. Hoy, estimados hermanos, estimadas hermanas, queridas comunidades de la IERP, quiero compartir con ustedes esas mismas palabras: ¡Muy bien. ¡Sigamos adelante! ¡Hay mucho por hacer!

Por eso ruego al Señor para que este nuevo año que comienza nos sostenga en la fe, la esperanza y el amor. Y si la tierra tiembla y las aguas se agitan, no temamos ni nos entreguemos al desánimo o el enojo. El Señor está con nosotros y nosotras. Él ha comenzado su Reino y será una realidad. Por eso obremos en el mundo haciendo el bien, siempre y en todo lugar, buscando la justicia y trabajando en favor de la paz. Y todo lo demás se dará por añadidura. Que así sea, Amén.

Pastor Leonardo Schindler
Presidente IERP.

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