Hoy 8 de Marzo se conmemora el «Día Internacional de la Mujer» y una manera honesta de conmemorar este día nos obliga a confesar con arrepentimiento toda participación y adhesión al pecado estructural que significa la violenta cultura patriarcal y machista que promueve la desigualdad de género, desconoce a la mujer como persona plena y la convierte en víctima de innumerables injusticias, abusos, maltratos y muerte.
La violenta cultura patriarcal y machista está presente en distintos ámbitos: en el trabajo, las calles, en las instituciones, en el ámbito doméstico y familiar. Es alarmante e indignante las enormes desigualdades padecidas por las mujeres y por sobre todas las cosas, el maltrato y violencia al que son sometidas por varones pertenecientes a sus vínculos más cercanos. El número de femicidios aumenta cada día y los Estados, que deben ser los encargados de desarrollar y poner en práctica medidas de la seguridad, parecieran mirar para otro lado.
En materia de desigualdad y violencia, no son los únicos que miran hacia otro lugar. Lamentablemente aún persisten comprensiones sesgadas y literalistas de las Sagradas Escrituras que desconociendo el amor incondicional de Dios manifestado en Cristo Jesús, justifican la supremacía y dominio del varón por sobre la mujer.
Las consecuencias de esta violenta cultura patriarcal y machista están a la vista cada día.
Y si bien es cierto que nada de esto es nuevo, sino que viene desde hace siglos, hoy asistimos a una creciente y decidida vocación de las mujeres por decir: ¡BASTA!
¡Basta! Ya no hay lugar para una muerte más, ni un golpe, ni un grito. No hay más lugar para relaciones desiguales de poder y dominio. Tampoco hay más lugar para los prejuicios, estereotipos, símbolos y prácticas que intentan desconocer y rebajar la dignidad que tienen las mujeres.
¡Basta! Es el grito nacido desde la desesperación y el hastío, es grito de cruz que se convierte en juicio para esta sociedad, pero al mismo tiempo es simiente de algo nuevo. Porque nada será igual si reconocemos que la vida de las niñas y mujeres está en peligro y que por ello debemos hacer algo que termine con todo esto.
En tal sentido, me animo a pensar que bueno y agradable al Señor es que las Iglesias también digamos ¡Basta! Y que al hacerlo renovemos el compromiso por acompañar a las mujeres en sus cruces y en sus luchas, en sus sueños y desafíos en favor de una sociedad más igualitaria, inclusiva y humana. Que renovemos nuestro compromiso pastoral y diaconal por eliminar todo tipo de violencia y edificar vínculos a partir del amor, el respeto y la igualdad.
Que el Señor nos ayude para que así sea. Amén.
Pastor Leonardo Schindler
Pastor Presidente de la IERP