Y él me dijo: “Estos son los que han pasado por la gran tribulación, los que han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. ‘Por eso están delante del trono de Dios, y día y noche le sirven en su templo… Ya no sufrirán hambre ni sed, ni los quemará el sol, ni el calor los molestará; porque el Cordero que está en medio del trono, será su pastor y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios secará toda lágrima de sus ojos’”.
Apocalipsis 7,14b-15a.16-17
Esta visión fue transmitida por el apóstol Juan en tiempos de mucha incertidumbre y dolor. Los cristianos sufrían persecución y muerte por su fidelidad a Jesucristo. La esperanza de ese cielo nuevo y esa tierra nueva dio consuelo a miles de personas en el primer siglo de la iglesia cristiana y a lo largo de la historia. Por su fe en Jesucristo sabían que habían recibido el perdón de sus pecados, y contaban con las promesas de Dios.
Jesús dijo: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos” (Mateo 5,6). Y también: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Juan 6,35). Jesucristo sacia toda hambre y toda sed que podamos sentir en lo más profundo de nuestro ser. Él seca toda lágrima y mitiga todo dolor, y derrama su paz y consuelo en nuestros corazones. Jesús declara: “Yo soy el buen pastor… Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí… Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10). Sabemos que, si le permitimos, él será nuestro pastor, nos acompañará en los valles oscuros de esta vida y nos llevará a su presencia.
Dios os guarde siempre en santo amor; en la senda peligrosa, de esta vida tormentosa, os conserve en paz y sin temor. (Culto Cristiano número 303).
Bernardo Raúl Spretz