Vi también un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él… Vi entonces de pie, ante Dios, a los muertos, grandes y pequeños. Unos libros fueron abiertos, y después otro más, que es el libro de la vida.
Apocalipsis 20,11 y 12
El libro del profeta Daniel sirve nuevamente como referencia para esta visión. Frente a la autoridad suprema de Dios están los muertos para rendir cuentas de su vida, de cada uno de sus “libros” o registros de sus acciones. Llegó la hora del discernimiento de acuerdo con los criterios del libro de la vida que Dios expone. Hay mirada hacia atrás y mirada hacia adelante. Una etapa se cierra pero comienza otra, y para los fieles a Cristo esa nueva etapa es la de la vida resucitada. Ya pasó el tiempo de la liberación de Satanás (Apocalipsis 20,1-3.7-10); ahora la liberación definitiva viene para quienes fueron los testigos, mártires y fieles comprometidos con el mensaje liberador de Cristo. La memoria cristiana de ese tiempo ya contaba con mártires reconocidos como Esteban (Hechos 6,8-7,60) y los apóstoles Jacobo o Santiago (Hechos 12,1-2), Pedro y Pablo (estos dos fueron asesinados en Roma).
La profecía apocalíptica que presenta Juan es la presentación de la esperanza cristiana en forma dramatizada y litúrgica. Juan escribió tanto un fantástico drama como una gran liturgia cristiana, donde hay muchos personajes, recuerdos del Antiguo Testamento y alabanzas al Dios que le dio la victoria a Cristo. Esta victoria es prometida también para la iglesia perseguida que permanece comprometida y coherente con su misión. El Espíritu le habló a Juan y también les habla a las iglesias: el que tiene oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Estribillo en Apocalipsis 2 y 3).
Como iglesia vivimos de la palabra y del Espíritu de Dios. Si nuestras vidas son a veces un drama, que sean asimismo un culto viviente al Dios vivo. Y al Espíritu lo podemos escuchar o sintonizar mejor en la comunidad cristiana.
Álvaro Michelin Salomon
Apocalipsis 20,11-15