Sábado 11 de enero

 

Al llegar, oraron por los creyentes de Samaria, para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había venido el Espíritu Santo sobre ninguno de ellos; solamente se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo.

 

Hechos 8,15-17

 

Este texto refleja un tiempo de transición en la comprensión de la fe trinitaria en los primeros tiempos del cristia-nismo. Hoy en día, aproximadamente dos mil años después, confesamos que en el bautismo recibimos el don del Espíritu Santo. Ya no hay una disociación entre el bautismo y el recibir el Espíritu Santo. Cuando somos bautizados, no importa a qué edad y de qué forma, somos incorporados al pueblo de Dios, recibimos la promesa de su eterna presencia y salvación, y recibimos el Espíritu Santo, aquel que nos da esperanza, alegría en la fe, fortaleza, entusiasmo y amor por este mundo. En ese sentido, el bautismo es el momento fundante de nuestra vida de fe.
Muchos de ustedes, queridos lectores y lectoras, habrán sido bautizados de muy pequeños. No solemos tener recuerdos de ese momento. Pero lo interesante es que el bautismo no sucede estando solos, sino que hay una familia en el caso del bautismo de niños, y una comunidad de hermanos y hermanas en el caso del bautismo de adultos. El bautismo sucede sostenidos por una red de testigos de las promesas de Dios y enmarca este momento importante en la vida de la fe. No estamos solos, sino que hay otros y otras que han creído antes que nosotros y que nos acompañan en este importante momento. Eso crea una poderosa red y cadena de testimonio de la fe y la esperanza a la cual, a partir del bautismo, también pertenecemos.
Gracias, Dios Espíritu Santo, por animarnos en la vida y darnos fe y esperanza.

 

Sonia Skupch

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