Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo.

Levítico 19,2

¡Que desafío! ¿No? Dios desea que su pueblo elegido participe de su santidad en cualquier circunstancia; que la haga visible en las cosas concretas de la vida diaria. Dios exige una conducta pura en base a que él es santo.

Es muy interesante leer las normas que siguen, pues regulan la ética personal y social. Descubrimos aquí la interdependencia entre el respeto por la santidad de Dios y el respeto por el prójimo. Los mandamientos se exponen a la luz de la vida social de la nación.

La santidad y pureza en la vida diaria, con todas las implicaciones y consecuencias, era la máxima meta en la vida práctica del pueblo de Dios. Quizás usted pensó que “ser santo” era el privilegio de unos pocos elegidos, capaces de acumular una cantidad de buenas acciones que había que compartir con los menos afortunados.

Hay que tener en cuenta que la Ley exigía, pero no facilitaba los medios para llevarla a la práctica. El alto nivel que demandaba no podía ser alcanzado por el esfuerzo humano. Es que bajo la Ley los israelitas trataron de obedecer los mandamientos por sus propios esfuerzos. Tenían que aprender que la naturaleza humana normal siempre flaquea o falla.

En contraste con aquella época, ahora tenemos el Espíritu de Dios en nosotros.

Dios nos ha dado su Espíritu Santo para que habite en nosotros. Por cierto, hoy es necesario enfatizar esta verdad. Dios quiso que formase parte de nuestras propias vidas.

Esto es lo que debe inspirarnos de manera especial en cómo comportarnos con los más débiles y a tener en cuenta las exhortaciones a construir las relaciones de fraternidad en nuestra sociedad.

Mario Bernhardt

Levítico 19,1-18

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