Los que vivimos, los que habremos quedado hasta que el Señor venga, no nos adelantaremos a los que murieron.
1 Tesalonicenses 4,15

Los tesalonicenses tenían expectativas muy vivas respecto de la segunda venida de Cristo. El Apóstol les había enseñado que éste podía aparecer de repente; y estaban consumidos por una ansiedad febril de estar listos cuando Él viniera. Esto hizo que algunos de ellos descuidaran su trabajo diario, porque nada podía ser más importante que su venida inminente. Pero sucedió que algunos hermanos y hermanas murieron y ¡el Señor no había llegado todavía! Y se instaló una nueva preocupación: Temían que sus hermanos que habían muerto fueran excluidos del reino del Mesías; se lamentaron por ellos como “los que no tienen esperanza”.
Claramente es la verdad del Nuevo Testamento que hay una unión entre Cristo y aquellos que confían en Él que es tan estrecha que su destino se puede leer en el Suyo. Todo lo que Él ha experimentado, lo experimentarán ellos. Están unidos a Él tan indisolublemente como los miembros del cuerpo a la cabeza. El Apóstol quiere que aprendamos que la muerte no rompe el vínculo entre el creyente y el Salvador. Él es uno con ellos en la muerte y en la vida venidera, como en esta vida. “Los que habremos quedado hasta que el Señor venga, no nos adelantaremos a los que murieron”. No hay rango, no hay preferencia. Los muertos por quienes lloramos no están muertos; todos viven para Dios; y cuando llegue el gran día, Dios traerá a los que se han ido antes, para unirlos a los que han quedado atrás. El resumen de todo -y creo que es lo más importante que debemos saber-, se dice en el versículo 17: “Estaremos con el Señor para siempre”.

Karin Krug

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