Mientras la gente permanecía en su sitio, ellos leían en voz alta el libro de la ley de Dios, y lo traducían para que se entendiera claramente la lectura.

Nehemías 8,7-8

Misión cumplida. Nehemías había logrado culminar la reconstrucción de la muralla de Jerusalén. El pueblo se había vuelto a ubicar. Su ánimo había cambiado. Su confianza, su perspectiva, su relación con los demás habían mejorado sustancialmente. Era hora de reunirse a festejar.

Nosotros organizaríamos un gran banquete, una fiesta bailable, o un evento de sin iguales dimensiones para reír, cantar, gozar y brindar. Y, en principio, eso no tiene nada de malo. Nehemías sin embargo opta por un festejo diferente. Reúne al pueblo frente a la puerta del Agua y organiza que se le lea la Palabra de Dios. Por un lado para evidenciar que todo lo que se había logrado en pos de una mejor calidad de vida responde a lo que Dios en su inmenso amor quiere para su pueblo. Pero también para dar testimonio de que la verdadera plenitud de vida no se reduce a poder disfrutar de mejores condiciones sino que se logra solamente atesorando aquel alimento espiritual que le permite al Espíritu de Dios ponernos en paz con él, con nuestro prójimo y con nosotros mismos.

Pero Nehemías no solamente provee que la ley de Dios sea leída. También organiza que la misma sea interpretada para que todos la puedan entender. Entender no de manera intelectual sino con el corazón, para que Palabra de Dios pueda ser verdadero alimento espiritual para sus vidas. Así como quiere serlo para las nuestras.

No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de los labios del Señor. (Deuteronomio 8,3)

Annedore Venhaus

Nehemías 8,1-18

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