Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad.
Hebreos 4, 16
La palabra de Dios es, con diferencia, el mejor filtro a través del cual podemos medir y valorar nuestros pensamientos, hechos e intenciones. En realidad, no hay nada oculto para Dios, quien es nuestro juez supremo. Podemos mantener nuestra fe frente a las dificultades, sabiendo que Jesús ya nos ha mostrado el camino; Jesús no solo experimentó el sufrimiento, la muerte y la tentación, sino que lo hizo sin sucumbir al pecado.
Entonces, sabiendo que Jesús comprende plenamente nuestras debilidades y ha experimentado nuestro dolor, podemos orar y sentir su empatía. Cuando acudimos a Dios pidiendo misericordia, gracia, ayuda o perdón, podemos hacerlo con confianza y seguridad.
Acerquémonos a Dios con la confianza de que seremos recibidos, escuchados y perdonados. Acerquémonos con sinceridad, ya que a Dios no podemos engañar. No dejemos nada en nuestro corazón. Él desea escuchar nuestro corazón que dice: «Señor, ayúdame, me siento abrumado, ya no puedo más».
Contémosle cómo nos sentimos. Tengamos valor de hablarle de corazón a corazón.
Hemos de acercarnos a Dios con confianza, sin temor a ser rechazados, y con la seguridad de que en Él encontraremos lo que no encontramos entre los hombres cuando fallamos: misericordia y gracia para un socorro oportuno. Misericordia, porque vivimos en un mundo lleno de miseria y sufrimiento, y gracia, que nos sostiene y fortalece para seguir adelante a pesar de cualquier oposición.
Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!
Karina Arntzen