Pero todo el que peca, hace maldad; porque el pecado es la maldad. Ustedes ya saben que Jesucristo vino al mundo para quitar los pecados, y que él no tiene pecado alguno. Así pues, todo el que permanece unido a él, no sigue pecando; pero todo el que peca, no lo ha visto ni lo ha conocido.
1 Juan 3,5-6
Se cuenta que Calvin Coolidge, quien fue presidente de los Estados Unidos entre 1923 y 1929, era un hombre de pocas palabras. Un domingo, después del culto y durante el almuerzo, la esposa le preguntó: “¿De qué habló el pastor hoy?” “Del pecado”, fue la respuesta. “¿Y qué dijo?” preguntó la mujer. “Estaba en contra”, respondió el marido. Seguramente esta respuesta fue dicha con humor, sin embargo muchas personas también dirán hoy que la Iglesia está en contra del pecado, sin poder definir claramente de qué se trata.
La palabra pecado suena extraña a los oídos de las personas de nuestro tiempo. Preferimos hablar de “errores”, “equivocaciones” o de algún “desliz”. Aunque a veces admitimos: “Todos somos pecadores”, “el que no tenga pecado, que tire la primera piedra”. Pero en el fondo nos cuesta reconocer que nosotros mismos somos pecadores, y admitir que en pensamientos, palabras y obras muchas veces herimos a otras personas o nos dañamos a nosotros mismos. Y por omisión, por comodidad o cobardía no siempre actuamos a favor de nuestro prójimo que lo necesita.
Todo el evangelio consiste en esta buena noticia: “Jesucristo vino al mundo para quitar los pecados.” Ciertamente, todas las personas, también quienes somos creyentes, seguimos siendo pecadores, y necesitamos la gracia y el perdón de Dios. Pero si vivimos en comunión con Jesucristo y le permitimos guiar y dominar nuestros pensamientos, palabras y acciones, él nos ayudará a evitar el pecado, a luchar contra él y vivir una vida en concordancia con la voluntad de Dios.
Crea en mí, oh Dios, un limpio corazón, renueva un espíritu recto dentro de mí. (Canto y Fe Nº 429)
Bernardo Raúl Spretz
1 Juan 3,4-7
Temas: pecado, perdón