Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, crean a las obras, aunque no me crean a mí, para que sepan y crean que el Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre.

Juan 10,37-38 (RVC)

Una de las pruebas que mostraba a Jesús como Hijo de Dios eran las señales y prodigios buenos que él hacía en el nombre de su Padre. Él se valió de estas obras no sólo para mostrar su poder divino, sino también para que ellos pudieran creer que él vino a traer un mensaje distinto al mundo y diferenciarse del enemigo. En versículos previos a esta sección Jesús afirma: “El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10,10). Su concepto de vida en abundancia comienza al distinguirse del maligno. Jesús utilizó su poder divino en todo momento para hacer el bien, para sanar, para resucitar, para confortar con señales sobrenaturales de bien. Pero ni siquiera con esas señales milagrosas los escribas y maestros de la ley se dejaban convencer. Le acusan a él de blasfemar, pero en realidad los que blasfemaban eran ellos mismos hacia el Espíritu Santo, por no creer en la procedencia de sus obras. (Marcos 3,22-30) La blasfemia consistía en atribuir el mal a Dios, o negarle todo lo bueno que deberían haberle atribuido a Dios por medio de Jesús.
Señor, permítenos tener la humildad de creer que tú has venido al mundo para cambiarlo con tu poder de hacer todo lo bueno y nos invitas también a hacer uso de ese poder para el bien de nuestros semejantes. Amén.

Enzo Pellini

Juan 10,31-42

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