Cumple las ordenanzas del Señor tu Dios, haciendo su voluntad y cumpliendo sus leyes, mandamientos, decretos y mandatos, según están escritos en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y dondequiera que vayas.
1 Reyes 2,3
Con estas palabras el Rey David, cercano a su muerte, se despide de su hijo Salomón que ya está nombrado como nuevo rey. Un consejo muy claro a su hijo: cumplir las leyes y decretos de quien antes fue el líder, Moisés, y sobre todo de Dios. En mi imaginación comparo esta escena con el juramento de un nuevo presidente de la república y sus ministros que en ese solemne y fundamental momento ponen su mano sobre la Biblia. No tengo ninguna duda de que los reyes de la antigüedad temían a Dios y estaban convencidos de que actuaban en su nombre. Aun si la crueldad y la violencia con las que muchas veces actuaban no se condicen con la imagen de un Dios de paz y amor. La lectura del Antiguo Testamento en muchas partes nos da la imagen de un Dios de ira y venganza. Esta imagen es la imagen que la misma gente tenía y que usaba para sus acciones.
Volviendo a la imagen de hoy, me pregunto si las mujeres y hombres gobernantes realmente creen en el momento del juramento en su propia convicción. ¿Creen que van a buscar la voluntad de Dios en su gestión? ¡Cuántas veces escuchamos que “no había otra opción”, “que los compromisos internacionales”! A veces hasta me dan lástima, porque siento que lo que manda hoy en el mundo son la economía y los bancos. Es una pena que los gerentes ahí no tengan que jurar sobre la Biblia.
Padre nuestro que estás en los cielos… hágase tu voluntad…
Detlef Venhaus