Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal.
1 Pedro 3,17
Cuando yo era niño, ser obediente era una virtud a destacar. Cuando se nos reprendía, solíamos recibir el “desobediente” como un calificativo del que teníamos que avergonzarnos, o por lo menos arrepentirnos. La vida dio vueltas y tuve oportunidad de agradecerle a mis hijos alguna vez que me desobedecieron. Sin querer me mostraron que la obediencia no es un valor absoluto. Una sociedad no vive armónicamente cuando un superior debe ser obedecido solamente por su rango.
Dios nos ha hecho libres. Nos ha dado libertad para desobedecerle, incluso libertad para abandonarlo. No pide de nosotros sumisión incondicional, nos llama a una obediencia convencida de que en sus mandamientos está la vida plena que recibimos como posibilidad.
Ni Pedro quiere mostrar a sus comunidades las bondades del sufrimiento, ni la enseñanza de Jesús se parece en nada a una actitud masoquista. El sufrimiento es parte de nuestra vida como lo es el gozo, la derrota lo es tanto como el triunfo, el fracaso lo es tanto como el éxito. Hay momentos en la vida en que el sufrimiento es la realidad a enfrentar. En ese momento, parece decir Pedro, lo que debe primar es la obediencia a Dios por el convencimiento de que su camino es el verdadero que conduce a la plenitud de vida, a la paz de la conciencia, a la armonía con quienes nos rodean. No es bueno sufrir. Hay momentos en que se sufre. Ser consecuentes con el Evangelio puede acarrear sufrimiento, pero no será para siempre.
Obedecemos a Dios por fe, no por obligación ni miedo. Que podamos, Señor, vivir esa obediencia con absoluta libertad.
1 Pedro 3,16-22
Oscar Geymonat