Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.
Romanos 5,5
En mi tesis de licenciatura en teología, comparé los mitos de creación de la Biblia con los de la comunidad Mbyá guaraní. Al trabajo le puse el título “Todo saber viene de Dios”. En ambas culturas, la sabiduría, la vida y todo lo creado provienen de Dios.
Para la cultura guaranítica, que tan dócilmente se adaptó al trabajo de aculturación de los jesuitas, Ñamandú, el gran Señor, crea, genera y hace todo a partir de su espíritu. Para la Biblia, Yahvé, esta gran fuerza generadora, crea y realiza todo lo que existe a partir de la palabra. Su Espíritu flota sobre las aguas, siendo la fuerza que acompaña a la creación.
Para los pueblos que habitan nuestra región subtropical de América, el Espíritu creador, que acompaña al gran Dios, es esa neblina fértil que flota por las mañanas de primavera sobre los montes. En ambos cuerpos mitológicos, me encontré con esta sabiduría de que el Espíritu es algo concreto, palpable y hasta visible.
Nos cuesta concebir a nuestro “Espíritu Santo” como algo determinado, evidente y perceptible. Para Pablo, el Espíritu es una fuerza bien concreta que nos llena de esperanza, expectativa de vida y capacidad de mirar hacia adelante. Nuestro “espíritu” no es de violencia, ni de omisión u odio, sino de creación, de abundancia y de paz.
“Soplo de dios viviente que en el principio cubriste el agua, soplo de Dios viviente que fecundaste la creación. ¡Ven hoy a nuestras almas. Infúndenos tus dones, soplo de Dios viviente! ¡Oh Santo Espíritu del Señor!” (Canto y Fe número 75).
Waldemar von Hof