Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios.
Santiago 3,9
El autor de la epístola aborda en este pasaje el poder de la lengua y cómo podemos emplearla tanto para el bien como para el mal. El texto ilustra cómo nuestra lengua puede ser comparable a un fuego capaz de arruinar todo a su paso, así como a una fuente que puede generar tanto agua dulce como amarga.
Es fundamental tener presente que nuestras palabras pueden ejercer un impacto perdurable en los demás, y una vez que son expresadas, no es posible volver el tiempo atrás. Por esta razón, es necesario ser cautelosos con lo que decimos y la manera en que lo expresamos.
También es crucial reconocer la relevancia de la coherencia entre nuestras palabras y acciones. Como señala el texto, ¿Puede acaso una misma fuente brotar agua dulce y salada? Queridos hermanos, ¿puede una higuera dar aceitunas, o una vid higos?
Si decimos una cosa pero hacemos otra, nuestras palabras pierden su poder y credibilidad. Debemos asegurarnos de que nuestras palabras y acciones estén alineadas y se refuercen mutuamente.
Finalmente, debemos recordar que nuestras palabras pueden ser una herramienta poderosa para bendecir a los demás. Podemos utilizar nuestras palabras para animar, apoyar y edificar a quienes nos rodean. Como se menciona en el texto, así como no puede dar aceitunas una higuera o higos una vid, nosotros tampoco podemos producir buen fruto si no permanecemos en Él.
Hoy se nos recuerda la importancia de cuidar nuestras palabras y emplearlas con sabiduría. Es fundamental garantizar que nuestras palabras y acciones estén en armonía y que utilicemos nuestro lenguaje para bendecir a quienes nos rodean.
Te pedimos, Señor, que podamos emplear nuestras palabras con sabiduría para bendición y edificación de los demás, y que tanto nuestras palabras como acciones reflejen el amor y la verdad de Dios. Amén.
Enzo Pellini