José de Arimatea fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Lucas 23,52
José de Arimatea probablemente era una persona con contactos políticos y con influencia social. José decide comprometerse para resguardar -al menos eso- el cuerpo del Maestro.
Para nosotros, este sábado es un día de ausencia y de gran pérdida. La gran piedra del sepulcro oculta todo vínculo con la vida y hace presente a la muerte. Mirando a nuestro alrededor hay quienes se acostumbraron a vivir en un “sábado santo” permanente. Se incorpora la idea de la muerte como experiencia: muerte en vida de jóvenes indiferentes y desorientados, muerte por guerras, por violencia doméstica, insensibilización por alcohol y drogas, muerte anticipada de muchos por desnutrición y aun la muerte por no cuidar el medio ambiente del planeta. La muerte personal crece por perder el amor a mi prójimo, y significa soledad absoluta. En esa disposición a aislarse en la soledad personal, ya no hay lugar para el amor, es el infierno. Eso nos hace tener miedo, miedo de verdad.
Pero Cristo no ha quedado destruido y muerto en el sepulcro. Su descenso a los infiernos es para nosotros la garantía de que cuando transitemos nuestra propia “muerte en la vida”, el amor estará con nosotros, que no estaremos solos. Desde que el amor está presente en la realidad de la muerte, existe la vida en medio de la muerte.
El sábado es el día de la esperanza silenciosa.
Oramos: Oh Dios, dame la disposición de amar especialmente a quienes están excluidos y compartir la esperanza de la nueva vida que es posible por el amor del Hijo de Dios. Amén.
Bruno Knoblauch
Lucas 23,50-56