“Ustedes aman a Jesucristo sin haberlo visto, y creen en él aunque ahora no lo ven, y se alegran…”. (1 Pedro 1,8)
Para poder amar, es necesario creer. El creer está asociado al confiar. Confiar, según definición del diccionario es: “encargar o poner al cuidado de alguien algún negocio u otra cosa. Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa.” En otras palabras, andar sin cuidado, sin preocupaciones del otro.
La confianza es algo muy valorado, pero también difícil de hallar. O en realidad, creo que nos ha ganado la desconfianza a nivel general, y es difícil salir de esa situación.
La confianza se va construyendo, y eso implica un proceso entre las personas. Un proceso donde no sólo están las personas propiamente involucradas, sino también las que avalan esa confianza, los testigos y los testimonios. Hoy en día, se complejiza el tema, pues se necesitan pruebas: documentos, audios, fotos, videos; y con ello, aparecen los papeleos y el típico: “se traspapeló”.
Pedro une a la confianza el amar y el alegrarse. Construir desde esos dos valores la confianza; procurar el disfrute y la tranquilidad, más que las preocupaciones y el malestar. En la Biblia encontramos varios testimonios y en nuestra historia personal y comunitarias vivencias, de que Dios confía en nosotros y nos ama, y que busca brindar esperanzas, alegrías, ánimo en nuestro andar. ¿Por qué nos cuesta compartirlo, disfrutarlo, vivirlo con los demás?
Mónica G. Hillmann