Después de esto, Jesús salió y se fijó en uno de los que cobraban impuestos para Roma. Se llamaba Leví, y estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos. Jesús le dijo: “Sígueme.” Entonces Leví se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús.

Lucas 5,27-28

Un niño se encontraba jugando con sus juguetes en su dormitorio, su padre abre la puerta y le dice: “Hijo, guarda todos tus juguetes y ve a la cama a dormir, pues ya es muy tarde”. El niño le responde: “Sí papá, ahora voy”. Pero, cuando el niño vuelve a quedar sólo, se pone a pensar: “Papá me dijo que me vaya a dormir inmediatamente. Me lo dijo porque necesito descansar. Pero puedo descansar mejor jugando que durmiendo. Por lo tanto, papá me dijo que me vaya a dormir pero, lo que en realidad me quiso decir es: ‘hijo, puedes seguir jugando’.” Y, muy tranquilamente, el niño continuó jugando con sus juguetes.

Esta historia, narrada por Dietrich Bonhoeffer, refleja el esfuerzo intelectual del niño para tergiversar las palabras de su padre y así no tener que obedecer la clara orden que recibió. Si uno de nuestros hijos/as, nietos/as, etc., actuara así: ¿cómo reaccionaríamos? Seguramente nos enojaríamos, y con razón. Me pregunto, entonces, ¿no actuamos muchísimas veces así con Dios y su palabra?

Hermano, hermana, meditemos brevemente: el Evangelio nos pide una obediencia sencilla, pura y simple. No lo quieras complicar. Es simple. Pero, no nos gusta lo simple. Preferimos complicar las cosas. La verdad es que nos cuesta mucho la obediencia sencilla tal como lo hizo Leví, el publicano, que dejó todo y siguió a Jesús.

No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. (Santiago 1,22)

Sergio A. Schmidt

Lucas 5,27-32

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