Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Efesios 5,19-20

Nunca olvidaré mis visitas a la señora Catalina. Siempre me contaba cómo hablaba cariñosamente a sus queridas plantas. Todo su jardín rebosaba vida, verdor y amor. Era humilde y simple, pero debo decir que pocas veces he visto un jardín tan hermoso como el de la señora Catalina. Con indignación en su voz, solía hablar de cómo algunas personas que se autodenominaban cristianas mostraban tanta hostilidad hacia los árboles. La recuerdo claramente, mirándome a los ojos mientras decía: “¿Por qué, pastor, tanta aversión hacia los árboles? ¿Por qué?”.
También tengo fresco en mi memoria mis visitas a don Carlos. Él tenía un amor profundo por los animales. Sus animales siempre me resultaron especiales. Don Carlos era un auténtico defensor de los animales. Siempre se preocupaba por rescatarlos, cuidarlos y encontrarles un hogar amoroso. En una de nuestras conversaciones, don Carlos me planteó una pregunta: “Pastor, ¿por qué tratamos tan mal a los animales? ¿Por qué?”
El pasaje bíblico de hoy nos invita a dedicar nuestra alabanza y gratitud a Dios. Amar y alabar a Dios va de la mano con amar y respetar su creación. Si nuestro amor hacia Dios es genuino, también amaremos todo lo que Él ha creado. Es nuestro propio corazón el que experimenta amor hacia las personas, los animales y la naturaleza. Sin embargo, paradójicamente, también es ese mismo corazón el que puede albergar sentimientos negativos.
¿Cuándo lograremos entender que no importa si pecamos contra un ser humano, una planta o un animal? El pecado es el mismo, porque proviene del mismo corazón.

Sergio A. Schmidt

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