Sábado 17 de mayo

 

El que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”.

 

Apocalipsis 21,5

 

Eduardo estaba descolocado. Desde hacía meses se había preparado para visitar su pueblo natal. Habían pasado 60 años desde que se fue y nunca había vuelto. Pero ahora que las condiciones estaban dadas, quería volver. Necesitaba volver, casi como para terminar de curar la herida de aquella salida sin retorno que nunca había logrado conciliar. Pero enorme fue su desilusión porque nada era como él lo tenía grabado en su recuerdo. Si no le hubieran asegurado que ese era el lugar en el que se había criado, él no lo habría creído.
Algo similar le pasó a Fabiana. Cambió de trabajo. La perspectiva de tener nuevas experiencias, de crecer profesionalmente y, no menos importante, la mejora salarial la habían tentado. Y ahora, ya encaminada en aquello de lo cual tanto había esperado, eso nuevo, diferente y desconocido le parecía superarla. ¿No será que debería haberse quedado donde estaba? Sus dudas eran grandes. muy grandes.
Es que, para poder verdaderamente enfrentar, aprovechar y asimilar lo nuevo, es necesario dejar atrás lo que conocemos y abrirnos por completo a lo nuevo que muchas veces supera ampliamente lo que habíamos imaginado. Así sucede también con aquello que llamamos “vida eterna”. Será completamente diferente a la que tenemos. Pero es lo mejor que nos puede pasar. Simplemente porque Dios así lo promete. Todo será diferente, pero tú seguirás siendo su hijo. Yo seguiré siendo su hija. Y todos seguiremos siendo hermanos. Personalmente, no aspiro a más que eso.
“El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lucas 9,62).

 

Annedore Venhaus

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