El Señor se dirigió a mí, y me dijo…
Jeremías 16,1
Lo que tenemos aquí es una “fórmula” muy común en los textos proféticos, es como una introducción que prepara a quienes lo leemos para escuchar lo dicho por Dios. He leído esta frase muchas veces, y siempre y nuevamente me hace pensar: ¡Cuán grande y cuán maravillo es poder escuchar lo que Dios nos dice!
Una vez alguien me dijo: “¡qué bendición habrá sido ser un profeta y escuchar a Dios, poder saber lo que quiere de nosotros!” Y ahora lo pienso y digo: ¿acaso no eran los profetas personas como nosotros? Dios los eligió para llevar su mensaje y proclamar su palabra así como nos elige a cada uno/a de nosotros/as todos los días para que seamos sus profetas y profetisas en nuestros tiempos. ¿Cuántas veces Dios nos habla pero no lo escuchamos? ¿Cuántas veces Él nos llama pero no respondemos? ¿Cuántas veces nos dice cosas y hacemos oídos sordos? ¿Cuántas veces preferimos no proclamar su mensaje por miedo o por vergüenza? Ser profeta no era una tarea fácil en aquel tiempo y no lo es hoy. Hay que ser muy valientes para transmitir el mensaje de Dios en contextos hostiles. Hay que ser muy fuertes para luchar por justicia y denunciar las injusticias aunque el viento nos sople en contra. Pero no es-tamos solos en esa tarea, así como a los profetas, Dios nos acompaña y nos da nuevas fuerzas día tras día, para que podamos ser testigos de su presencia en nuestra existencia y proclamadores de su palabra.
No tengas miedo el guía tus pasos, tu nombre sabe y a tu lado es-tás, es el amigo que extiende sus brazos; no temas nada él contigo va. (Canto y Fe N° 204)
Karla Steilmann
Jeremías 16,1-13