Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Yo los saqué de Egipto, donde eran esclavos… Pero ninguno me obedeció”.

Jueces 6,8b.10c

En nuestro texto de hoy, Dios le habla al pueblo y en las palabras dichas por su profeta, hasta podría reconocerse una cierta decepción. Le vuelve a relatar que a pesar de que nunca los abandonó, ellos sí lo hicieron. La frase que da fuerza al reclamo es “pero ninguno me obedeció”. Nos recuerda que la fidelidad a su amor no es una moneda de cambio; pero sin embargo, Dios espera de sus hijos una entrega total.
La obediencia, al igual que el miedo, suele ser utilizada a nivel religioso para manipular. Lo practican iglesias sin escrúpulo, que en el fondo no están movilizadas por lo que sucede con las personas, sino que tienen el objetivo de llenar templos, tal como si se tratara de una competencia. El resto de la historia ya lo conocemos.
Pero ¿a qué obediencia hace referencia Dios?
La respuesta está en sus mismas palabras de hoy: “Yo los saqué de Egipto, donde eran esclavos”, señala. Una frase que relata sobre de las grandes cosas que Dios ha hecho en la historia y en nuestras propias vidas. Muchos somos testigo de esto. Pero sin embargo, a veces actuamos como si todo dependiera de nuestra propia fuerza y capacidad. La obediencia que nace del llamado tiene siempre forma de respuesta, que se transforma no sólo en acciones respecto de la vida, sino del lugar que le damos a Dios, y por consiguiente a nuestro prójimo, especialmente en los momentos que necesita de nosotros.

Eugenio Albrecht

Jueces 6,1-10

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